 
                    La Universidad del Claustro de Sor Juana (inaugurada en 1979), que a su vez es un espacio que alberga eventos culturales y está erigida sobre el histórico convento de San Jerónimo —que alguna vez habitó nuestra Sor Juana allá por el año 1669—, mismo que fue fundado en 1585 y que, según la página oficial para visitantes de la CDMX, eran únicamente dos casas contiguas en ese tiempo… Y a ver, ¿qué relevancia tendría todo esto, si de lo que venimos a hablar es de la inauguración del DocsMX 20? Pues precisamente se trata de entender un poco la trascendencia y el valor histórico de un recinto tan valioso, perfecto para celebrar los primeros 20 años de uno de los festivales de cine más importantes del país.
La celebración de la vigésima edición del festival DocsMX resulta un evento de enorme trascendencia, tomando en cuenta su enfoque y su gran trayectoria a lo largo de muchos años, en los cuales solo el propio Inti Cordera (director general, fundador y gran apasionado) podría darnos una visión perfecta de todas las vicisitudes que ha atravesado su realización y crecimiento; un proyecto que alcanza ya un estatus previamente mencionado dentro de la cinefilia mexicana, poniéndose a la par del Festival de Morelia, el gran FICUNAM o su hermano de edad, Shorts México.

Platicando con el buen Cristóbal (apasionado cinéfilo con gran experiencia en festivales y testigo fiel del evento desde los tiempos en que se le conocía como DocsDF), me dio su valioso testimonio sobre cómo Inti ha criado y visto crecer su “bebé” —el festival— precisamente con ese cariño y pasión paternal. Las celebraciones tras 20 años de esfuerzos y dedicación han dado como resultado un evento magno y digno, a la altura de tal entrega.

Con una breve presentación, en compañía de Pau Montagud (director artístico) y del Dr. Rafael Tovar (rector de la universidad), se procedió a la entrega de un reconocimiento a Jorge Sánchez Sosa, que en palabras del propio Inti:
“Queremos entregarte este reconocimiento, no solamente por tu trayectoria, por tu pasión por el cine, tu complicidad con esta comunidad… DocsMX, con todo cariño, te lo entrega este día.”
El reconocimiento es una reproducción del Árbol de la Vida, emblema de esta edición.

Finalmente, y previo a la función inaugural de Crónica de una ciudad (2025), Nadine Gomez subió a dar unas palabras de presentación junto a parte de las protagonistas de su documental, quienes, en un gran gesto simbólico, decidieron lanzar un “caracolazo” para inaugurar esta gran fiesta de la no ficción.
(Nadine Gomez, 2025. Canadá. Largometraje documental)
Segundo largometraje de la documentalista Nadine (Exarcheia: The Chanting of Birds, 2018), y gran mosaico de profunda complejidad que crea un maravilloso viaje y conversatorio entre Japón, Canadá y México, siendo la CDMX el de mayor enfoque: desde la Central de Abastos hasta los viajes turísticos en Turibús de doble piso.
El mosaico urbano se expresa como una gran sinfonía de herencia cinematográfica a lo Vértov (El hombre de la cámara, 1929), funcionando la lente como un gran ojo y testigo fidedigno. La captura de la vida, los colores, las texturas, los rostros, testimonios, edificios y calles retratan con precisión ese caos propio de la gran CDMX. Una cámara que se desplaza hacia la izquierda simbólicamente, mientras el resto del mundo avanza en sentido contrario; una cámara que, paradójicamente a su movimiento, encapsula lapsos de vida, retorna a los mismos mientras la existencia continúa a ritmo imparable. Ritmo vertiginoso contrastado con la cadencia de los desplazamientos en Xochimilco, al ritmo de una balsa entre los canales y las vastas chinampas: el cambio de velocidad entre ciudad y campo, entre multitudes y cultivos, entre caminos de concreto y caminos acuáticos.
El montaje es sublime, conecta de forma orgánica cada fragmento del retrato sin cortar abruptamente. El fundido de historias y el nexo entre ellas se integran como una gran danza o baile, filmando tanto a una tierna pareja de la tercera edad como a una pareja joven que derrocha sensualidad, erotismo y gozo. Una coreografía diseccionadora que conecta con la Arena Coliseo, desentrañando los mecanismos de nuestra lucha libre y de su público. La pasión en los rostros que rodean el encordado, extasiados por su ídolo enmascarado, elevado a calidad casi divina.
El mosaico urbano culmina en grandes planos abiertos que contemplan una serie de edificios japoneses en ruinas: el concreto fragmentado, casi al borde del colapso, refleja la propia fugacidad de la vida, ya explorada a lo largo del filme. A su vez, funciona como gran recordatorio de lo efímero de la existencia, de cómo las ruinas nos ayudan a comprender el futuro mirando al pasado, regresando constantemente a esos lugares que nos traen nostalgia y añoranza.
Ese magnetismo y magia intrínseca de la vida misma resultan en una imagen placentera: un reflejo extraordinario que podría explicar ligeramente el entusiasmo y la euforia de quienes nos dejamos fascinar por el buen documental, por el buen cine de realidad. Juan A. Porto relataba en algún coloquio para el programa de José Luis Garci, Qué grande es el cine, respecto a una madre irlandesa que veía obsesivamente día tras día El hombre tranquilo (Ford, 1958). Incluso al ser retirada de la cartelera de su cine, fue a buscar otro que aún la proyectara, hasta que su hijo, preocupado, le pregunta:
 —“Mamá, ¿no te cansas de ver la película todos los días?”
 A lo que la madre responde:
 —“No, hijo, qué va. A mí lo que más me gusta, hasta el punto de que no me cansaría nunca, es ver gente conocida.”

Redacción: Felipe Solares.