 
                    Tercer largometraje del autor marroquí radicado en Francia, Robin Campillo [120 pulsaciones por minuto (2019)]. El relato del adolescente de 16 años, Enzo (Eloy Pohu), quien, tras la deserción escolar, decide trabajar como albañil contra toda intención paternal de que siga estudiando. Incluso en la racionalización de su búsqueda personal, no es un impedimento la situación económica familiar (clase media alta europea). Se ve envuelto entre la clase trabajadora, la dureza del oficio de la construcción y la convulsa situación política del continente europeo, todo mientras comienza una interacción más cercana con sus compañeros laborales e inicia una travesía adolescente anhelante, entre el primer amor y la rebeldía convulsa.

La adolescencia anhelante filma, en sutil y elegantísima puesta en cámara, el primer amor y la convulsión rebelde propia de la edad previa a la adultez: la adolescencia como punto de partida del romance inesperado y sorpresivo que pelea y batalla contra todo y todos, incluso contra sí mismo, en un pequeño y enternecedor relato veraniego francés. Entre los poderosos y cálidos paisajes sureños de la costa francesa, la lujosa villa donde habita Enzo y su familia, o el barrio de clase trabajadora con calles empinadas, pero de privilegiadas vistas al océano.
La fotografía, de cadenciosos y profundamente poderosos movimientos de cámara, va capturando o emulando el anhelante y ansiado gesto de libertad —tanto sexual como romántica e incluso idealista— en esos tilts up (símil a levantar la mirada sin mover la cabeza en forma vertical) que parten de lo terrenal a lo celestial: de bellos riscos y aguas cristalinas a cielos celestes y oscuros firmamentos estrellados. La libertad idealista frente a la familia próspera y aparentemente supercomprensiva, pero reacia a que el joven Enzo decida no seguir estudiando y prefiera el oficio obrero. La rebeldía se adentra en la dura realidad del pueblo llano, del obrero y del migrante, que se enfrenta además a un retorno inevitable para defender su patria en una guerra destructiva. Del trabajo digno y dignificado surge un análisis interesante sobre la perpetuidad del trabajo de construcción posterior a una abrupta desaparición de la humanidad, quedando únicamente los vestigios ruinosos, pero orgullosamente de pie.

Y pese al viaje anhelante del buen Enzo, su travesía se encontrará con el primer romance en un inusitado lugar y con un inusitado ser que lo llevará al límite de sus capacidades emocionales. Lo convulso del primer amor y la incomprensión de la familia desencadenan la propia lucha interna del protagonista, en simbólicos y significantes reflejos constantes como rimas visuales de su lucha interior, de su propio descubrimiento y de la evolución de su ser. El romance anhelante como causa de múltiples conflictos tan inesperados como habituales en aquel primer desfogue amoroso, en un ser y un cuerpo aún novicio en dicho campo.

Finalmente, la adolescencia anhelante culminará con un simbólico y profundamente bello paisaje de fuertísima carga significante, mientras la cámara vuelve a la carga con esa lucidez y elegancia soberbia de los grandes, filmando el clímax romántico en un paulatino zoom in, mientras el montaje crea rimas entre lo narrativo y lo visual del paisaje. Al tiempo, lo emocional en la audiencia parece ser focalizado precisamente en ese poderoso acercamiento de cámara, demostrando cómo los grandes romances y las historias del primer amor no necesitan de una épica romántica, sino que basta con una historia realista y común, pero encapsulada elegantemente con los mejores recursos cinematográficos.
Se estrena este 30 de octubre en salas nacionales. Distribuye Cine Canibal.
Redacción: Felipe Solares.
