 
                    El payaso del maizal (Clown in a Cornfield, Eli Craig, 2025. Estados Unidos, Canadá. Largometraje de ficción) ¡Sin spoilers!
Tercer largometraje del actor y cineasta hollywoodense Eli Craig (largometrajes previos: Little Evil [2017] y Tucker & Dale vs Evil [2010]), basado en la novela homónima escrita por Adam Cesare. El relato nos adentra en un suburbio estadounidense llamado Kettle Springs, al que arriban la adolescente y rebelde Quinn (Katie Douglas) y su padre, Glenn (Aaron Abrams), un médico visiblemente atormentado pero devotamente entregado a su hija. El pequeño pueblo, que en apariencia es un sitio simple y apacible, pronto comenzará a tornarse misteriosamente sospechoso tras un incendio en una fábrica de jarabe de maíz, la aparición de un misterioso payaso, su relación con una serie de asesinatos, y un conflicto latente entre las nuevas generaciones y los adultos tradicionalistas.

Slasher puro y duro, de carácter meramente lúdico y gozoso, que acude a los recursos y herramientas del género sin temor ni prejuicios, dinamitando todo en una escalada violenta que crea un análogo singular a la propia carnicería mostrada en pantalla. Es evidente la referencia a la obra maestra La masacre de Texas (Hooper, 1974), aunque existen debates sobre la verdadera paternidad del género, discutiéndose si fue Psicosis (Hitchcock, 1960) la gran iniciadora. Esto se sugiere aún más con un par de pósteres insertados como guiños al filme setentero. Sea por el inicio argumental —unos jóvenes enfrentados al terror de una masacre perpetrada por un suprahumano infernal sin motivo aparente—, por las persecuciones a campo abierto, la muerte paulatina y secuencial de los protagonistas, los constantes sonidos abruptos reforzados por un montaje brusco (jumpscares), o por la cantidad ingente de sangre, vísceras y fragmentos de cuerpos poblando la pantalla, el filme cumple con creces las convenciones del género.
Y aunque su propósito es principalmente espectacular, el filme no niega una aparente crítica social, enmarcada en el contexto estadounidense de la era Trump, una América golpeada por la crisis de la violencia, el descontrol de las drogas entre la población más vulnerable, la radicalización de los sectores más conservadores, y el conflicto generacional llevado al extremo como excusa para el goce sangriento.

Pese a su estructura de slasher lúdico y su aparente crítica social, el relato esconde un par de historias paralelas que funcionan como contrapunto a la sádica barbarie de cuerpos mutilados. Y si bien la construcción de dichas tramas queda abierta a la interpretación de cada espectador, lo cierto es que se alude a un discurso ultramoderno, con una clara tendencia a reflejar una generación juvenil que es agredida o culpada dentro del conflicto central de la cinta. Un discurso que marca una tendencia innegable y que está ahí para quedarse, porque al final, este tipo de filmes apuntan a una renovación de los géneros. Logrado o no, nos revelan el pensamiento y las ideologías de la juventud actual, tal como ocurrió con la generación de finales de los sesenta y su despertar sexual, que escandalizó a toda una clase conservadora, en tiempos donde incluso el primigenio rock and roll era visto como música del diablo.
En el pase de prensa, se pudo ver una sorpresa merodeando las salas:


Redacción: Felipe Solares.