El sobreviviente (The Running Man, Edgar Wright, 2025. Estados Unidos, Reino Unido. Largometraje de ficción)
Segunda adaptación cinematográfica (la primera en 1987 con Arnold Schwarzenegger) de la magnífica novela homónima escrita por Stephen King (bajo el seudónimo Richard Bachman) y noveno largometraje del cineasta inglés Edgar Wright (El misterio de Soho, 2021; Baby Driver, 2017). En un futuro distópico y profundamente marcado por la división de clases sociales, donde la televisión y los reality shows dominan algo más que el entretenimiento —siendo la única salida rápida para las clases desfavorecidas—, aparece nuestro héroe Ben Richards (Glen Powell), padre de familia desempleado por causas idealistas y puesto en lista negra tras una serie de insubordinaciones en trabajos previos. Deberá recurrir a la televisora para obtener algún dinero, ya que su hija pequeña sufre de neumonía severa y su esposa Sheila (Jayme Lawson) es el único sustento económico familiar, logrando sacar dinero extra como mesera con poco más que mañas ante los adinerados. El buen Ben es seleccionado para el programa más exitoso y peligroso de la Free-Ve (sistema televisivo gratuito omnipresente): El sobreviviente, donde el objetivo es sobrevivir treinta días a los Cazadores para obtener el gran premio multimillonario. Pero esta misión imposible revelará en el protagonista algo más que su propia paternidad superviviente.

© 2025 Paramount Pictures
La paternidad superviviente adapta de manera más fidedigna la novela del buen King en comparación con la sosa versión del 87. Wright opta por un show business cargadísimo de secuencias al límite: persecuciones vertiginosas, aparatosas explosiones y multitud de elementos propios del cine de acción. Ya sea por su montaje acelerado, por los ingentes shots con dron o dolly, o por los clásicos efectos de cámara a lo Vertigo (Hitchcock, 1958), en ocasiones no niega sutiles expresiones más sobrias, pero profundamente poderosas: esos grandes planos generales en picado o cenital que reflejan lo aplastante de la miseria humana en un futuro dominado por grandes corporativos, mientras la prosperidad se encuadra en planos bajos de cámara y ligeros contrapicados.
La herencia crítica y mordaz del relato original resulta blanqueada e incluso aparentemente autoconsciente de sí misma en el propio film por el protagonista: “mejor blanco”. Más allá de una reflexión sobre los peligros del entretenimiento basura y las grandes corporaciones haciéndose con el poder económico, político y social, todo queda como una causalidad de la aventura paternal. A fin de cuentas, estamos frente al relato del padre descendiendo al infierno por su familia y logrando anteponerse a todos y todo, pero siempre con la firmeza y los valores de la clase media americana, aunque se trate de un personaje proveniente del lumpen social.

© 2025 Paramount Pictures
Y si bien el núcleo argumental alude a un terreno ultraconocido del mainstream americano, algo que sí busca —y logra— es un pequeño destello crítico de la sociedad moderna, encapsulada y atrapada en la hipervirtualización de sus vidas a través del video digital y las redes sociales, como una especie de gran reality global. La sátira del mundo hiperfilmado se hace evidente como leitmotiv furioso que los personajes repiten una y otra vez: “Stop filming me!” “Stop fucking filming me!”, dejando en claro las intenciones tal vez un poco sociales, pero que parecen más una herencia que un interés legítimo por hacer una sátira profunda. Todo el envoltorio fílmico y la puesta en escena están más al servicio de la acción, la comedia e incluso del propio relato paternal, que podría considerarse uno de redención, especialmente en un mundo moderno donde los roles de género hegemónicos comienzan a desplomarse. El film intenta una especie de reivindicación del padre como jefe de familia proveedor, siendo esta una causa oculta (¿tal vez casual, tal vez involuntaria?) tras la enfermedad de la pequeña bebé.
Finalmente, la paternidad superviviente se encuentra con algo más que una especie de catarsis social, personal y climática tanto del héroe como del villano, aunque resulta confusa dentro de su propia génesis, donde lo onírico parece premonitorio… pero no lo es, y a su vez sí lo es, dejando una contradicción entre argumento, cámara y puesta en escena. Y sí, probablemente no tiene lógica dicho de esta manera, pero para no abordar spoilers, quedará únicamente en esta sentencia, que el espectador reconocerá durante el visionado del film.

© 2025 Paramount Pictures
De esta manera, la reinterpretación de materiales literarios puestos al servicio de los fílmicos es un interesantísimo fenómeno para analizar, pero que tristemente puede generar altísimas expectativas que no serán cumplidas si la obra original es demasiado buena. Queda claro que una buena novela no garantiza una buena película si no se entiende perfectamente que los signos y significantes de cada arte son análogos, pero difíciles de trasladar con maestría. También resulta evidente que hay películas dirigidas a un sector económico y social al que se le prestan ciertos valores y discursos acordes a sus gustos, porque, al final, esto es show business.
Redacción: Felipe Solares.
