 
                    Teléfono negro 2 (Black Phone 2, Scott Derrickson, 2025. Estados Unidos. Largometraje de ficción)


En una presentación especial a cargo del mítico actor Demián Bichir (quien interpreta a Armando), se presentó la secuela, arrebatada y terroríficamente delirante, del enigmático enmascarado raptor de niños de ese pequeño pueblo en Colorado. El relato, que a su vez parte del homónimo título del escritor Joe Hill, nos sitúa cuatro años después de la muerte de “The Grabber” (Ethan Hawke) a manos del temeroso, pero redimido y empoderado Finn (Mason Thames), llevando ahora el horror a niveles oníricos y demoníacos tras una serie de visiones de la hermana Gwen (Madeleine McGraw), quien descubre una horripilante revelación mortuoria relacionada con tres niños asesinados en un campamento en las montañas de Alpine Lake décadas atrás.
El terror psicológico, vuelto vorágine onírica sanguinoinfernal, se presenta como gran secuela del taquillero primer título, donde el horror partía del suspenso frente al enigmático Grabber y el contacto ultraterrenal con los fantasmas de las víctimas. Ahora, se aumenta la apuesta con una sublime decisión estética y formal que apela a la puesta en escena como gran fuerza expresiva, diferenciando claramente lo onírico de lo real, pero que de alguna manera se entrelazan y se disuelven en un constante shock emocional y visual. Todo ello apela al sonido estruendoso como punto álgido del impacto terrorífico. Lo onírico delirante se presenta como imagen texturizada que emula el filme en super 8mm o 16mm de aquellas míticas grindhouse, con una textura de claro grano e imperfecciones propias de las cintas análogas, contrastando con la realidad filmada en pulcra imagen digital.

Una vocación por emular viejas glorias del terror cinematográfico va creando guiños y referencias innegables y gozosas para el cinéfilo empedernido y entusiasta. Ya sea por la conexión dual antes referenciada en sí misma: La cosa (Carpenter, 1982), Los ocho más odiados (Tarantino, 2015), siendo un nexo el propio Bichir actuando a las órdenes de Tarantino, el terror infernal bajo la nieve o los constantes guiños al western; o por el innegable gesto onírico de Pesadilla en la calle Elm (Craven, 1984).
El terror también carga su fuerza en las interpretaciones al límite de unos actores que llevan las emociones al borde de lo histriónico, sin rebasar la línea, entre momentos de tensión infernal y desbordante, junto a relajadas, cómicas y meloemotivas secuencias como contrapuntos en un vaivén emocional que puede funcionar según los gustos del respetable, pero con una innegable vocación por crear contrastes marcadísimos entre escenas.

Y así, pese a los convencionalismos del género, es destacable cómo el terror lúdico y referencial puede apoderarse de las formas, explotarlas y sangrarlas en aras del mejor cine gozoso. El terror gélido y espectral de esta nueva entrega no dejará indiferente a nadie, porque puede ser un filme que divida argumentos y opiniones, así como los propios gustos, pero que resulta profundamente fresco en la manera en que aprovecha los recursos meramente fílmicos, previamente mencionados, para crear situaciones terroríficas y legítimas, en las que prácticamente los diálogos y los sonidos estruendosos quedan en segundo plano, dejando en claro que la imagen en movimiento, manejada con maestría, resulta poderosamente hipnótica.
“El infierno es diferente de lo que crees.”
Redacción: Felipe Solares.