El quinto largometraje del escritor y autor británico de comedias James Griffiths [Cuban Fury (2014) o sus previos trabajos para televisión: Delilah (2020), Charity Case (2016), Royal Wedding (2010)] está basado en su cortometraje de casi homónimo título: The One and Only Herb McGwyer Plays Wallis Island (2007). Tragicomedia romántica sobre el excéntrico y afortunado millonario Charles (Tim Key), quien contrata para un concierto privado al bohemio Herb McGwyer (Tom Basden) y a su ahora exesposa y excompañera musical Nell Mortimer (Carey Mulligan), acompañada por su esposo estadounidense, un experto aficionado a las aves, Michael (Akemji Ndifornyen), en una singular reunión cómica y melancólica en la isla privada de Charles, sin mayor población que Amanda (Sian Clifford), la amable propietaria de la única tienda del lugar, y su hijo adolescente. Un relato del fanatismo naif como viaje introspectivo entre la nostalgia arraigada, el duelo personal y la singular comedia que surge entre los momentos más tristes y amargos.
El fanatismo naif se expresa tras la peculiar contratación del melancólico y bonachón Charles, quien recibe a sus ídolos en su propia isla tras ganar dos veces la lotería y ofrece un pago sustancioso de 500,000 libras al amargado Herb, que recibe como anticipo, a su llegada, únicamente 50, frente al tentador fruto prohibido del maletín y las manzanas continuamente evocadas y encuadradas. Lo naif, como el del hombre conteniendo al cien por ciento sus impulsos frente al ídolo y aun así siendo invasivo y absurdamente sobreamable, intentando consentir a sus invitados en calidad de rockstars, pese a las condiciones solitarias de la isla. Un fanatismo como punto de anclaje para una multitud de gags situacionales y soberbios que van del simple absurdo del malentendido, la regla de tres o los giros abruptos de situaciones: sea por la llamada de Herb en la cabina telefónica y la confusión de cerrar la puerta (repetido tres veces), o el arroz solicitado en la tienda para secar el móvil y siendo vendida una lata de arroz con leche.
El viaje introspectivo, simbólicamente dentro del aislamiento en la isla y en los propios caracteres de los personajes, con cada uno lidiando un duelo personal, se ve evidenciado y tratado bajo la situación casi de encierro y convivencia. El duelo se expresa en constantes planos abiertos al imponente océano de violentas olas, al cielo nuboso y de constantes lluvias, y en la propia melancolía expresiva y contenida en las miradas de Herb y Charles, a quienes posteriormente se irá revelando en detalles precisos y soberbios: desde el doloroso y desesperado intento de Herb por recuperar el amor irreconciliable de Nell, hasta la trágica historia del fallecimiento de Marie, la esposa de Charles y verdadera máxima fanática del dúo. El duelo aún no culminado de Charles se sostiene en los llantos paralelos, simbólicamente al grifo roto de flujo cada vez mayor, o a la tormentosa lluvia encuadrada en conjunto al nostálgico viudo o al propio Herb al ver derrumbarse su única esperanza de volver con Nell y aceptar su destino en un compasivo y empático giro tras conocer por cuenta propia la tragedia que guarda Charles.
Así, el fanatismo naif culmina con el nuevo amanecer en gran plano general, tras la partida del matrimonio Mortimer y un Herb completamente reformado, consciente y superando su propio duelo, que ahora busca colaborar con el duelo de su cliente fanático (y ahora amigo) a quien ofrece el tan esperado concierto privado junto a los dos habitantes de la isla y la pequeña audiencia de rocas apuntando hacia el cielo, casi cual simbólicos fragmentos del amor fanático inmortalizado, y entonando en voz dual, diegética/extradiegética, con clara querencia nostálgica por ser obra del amor McGwyer-Mortimer, profundamente emotiva por el amor fanático de Marie-Charles, a quien se encuadra en primerísimo primer plano con ojos vidriosos y de catártico deseo cumplido en querencial memorial, tras el mensaje a través del globo: “Marie, estoy con McGwyer Mortimer. Es perfecto. Te ama por siempre. Charles x”, cerrando finalmente el duelo y abriendo paso a un nuevo romance con la carismática Amanda, y descubriendo el perfecto regalo/homenaje de Herb, dejando su mítica guitarra y negándose al pago sustancioso mientras muerde redentoramente una de las dos manzanas, habiendo así vencido la tentación y su propio duelo amoroso.
La obra de Griffiths apunta, desde ya, a ser una de las mejores comedias del año y estará seguramente en las listas de lo mejor del cine internacional. El buen cine cálido, sincero, de emotividad sublime y nada empalagosa, que penetra en lo más profundo del alma y hace válida aquella sentencia sobre el cine como perfecto delirio o como segunda vida, como pequeño remedio para la caótica cotidianidad mundana.
Redacción por: Felipe Solares.