Nadie 2 (2025)
Secuela del cineasta indonesio-alemán Timo Tjahjanto, la paternidad violenta y exponencial de la primera entrega, Nadie (2021), se vuelca aquí en una antiredención familiar donde la comedia y el melodrama emocional funcionan como atenuantes y contextos contrastantes frente a la devoción violenta del thriller de acción con tintes artemarcialinos, reminiscente del buen chambara o del cine japonés de samuráis y espadas.
La nueva aventura de la familia Mansell, tras el aparatoso y circunstancial enfrentamiento con mafiosos rusos a cargo de Hutch (el carismático y soberbio Bob Odenkirk), inicia cuando este decide llevar a los suyos de vacaciones al mismo lugar al que su padre lo llevaba de niño junto a su hermano. Lo que parecía ser la única preocupación familiar, pasar unas vacaciones tranquilas, se transformará en otra vertiginosa vorágine de violencia frente a un nuevo enemigo más despiadado y sanguinario.
El elenco original repite con el inmejorable y divertidísimo Christopher Lloyd, Connie Nielsen y el rapero NZA, a quienes se suma la aterradora Sharon Stone como una feroz e implacable líder criminal, cuya irrupción convierte a Hutch, antihéroe y singular padre de familia, en blanco del hostigamiento arbitrario de un corrupto sheriff.
La comedia del absurdo, construida sobre gags situacionales, junto al melodrama emocional que busca conmover al espectador, van tejiendo a fuego lento los caracteres de cada personaje como acentuadores del suspenso y del drama familiar que busca una redención imposible: el matrimonio distanciado, el hijo que hereda las dotes marciales de su padre con su consecuente destino violento, o la familia enfrentada a una realidad tan cruel como bromista, que siempre les deparará el peor de los escenarios.
Evidentemente, todo esto responde a la clara intención de contrastar los momentos cotidianos con secuencias hiperviolentas e hiperestilizadas, de manera que la acción se vuelva aún más poderosa, tan rompequijadas como las propias mandíbulas fracturadas que pueblan la pantalla. Porque lo mejor de Nadie 2, como en su predecesora, son las masacres espectaculares y las secuencias de acción sin concesiones, con sangre a raudales y efectos visuales ricos, vastos y herederos de los grandes géneros marciales. Las referencias son claras: la estética neomarcialina de Matrix (Lana y Lily Wachowski, 1999), las coreografías del chambara reinterpretadas a modo de homenaje en Kill Bill (Tarantino, 2001), o la villanía sarcástica de Lendina (Sharon Stone), que recuerda al Van Damme diabólico de Los indestructibles 2 (Simon West, 2012).
Resulta curioso cómo una película que desde el inicio plantea la invulnerabilidad de su protagonista consigue ser magnética gracias a la forma en que acción trepidante y melodrama familiar se entrelazan. Tal vez porque, en su naturaleza violenta, el ser humano encuentra en la imagen sangrienta una catarsis que libera sus impulsos más oscuros, como si viviera aquellas palizas en carne propia. Una expresión que hace eco de la frase de Félix Guattari respecto al cine: “el cine es el diván del pobre”, explicada por Jorge Ayala como la posibilidad de vivir otras vidas a través de la pantalla.
Al final, la misión y el sentido de este tipo de propuestas quedan a juicio de cada espectador. Pero es innegable que Nadie 2 conmueve e impacta, satisfaciendo el lado más primigenio y violento del público, todo al ritmo del épico contraste entre cuerpos destrozados y chamuscados y la tierna melodía de The Power of Love (Céline Dion), mientras el matrimonio Hutch parece, por fin, alcanzar su antiredención familiar.
Redacción: Felipe Solares.