“El Esquema Fenicio” (The Phoenician Scheme, Wes Anderson, 2025, Estados Unidos-Alemania. Largometraje de ficción)
La expiación paternal y la crítica del ismo
Desbordante duodécimo film del barroco autor total texano Wes Anderson [Asteroid City (2023), La crónica francesa (2021)], que sigue la desventura expiatoria del magnate Zsa-Zsa (Benicio del Toro), quien, tras una serie de constantes accidentes aéreos y milagrosas supervivencias, decide heredar a su única hija y monja, Liesl (Mia Threapleton), todo su patrimonio, mientras es víctima de una conspiración que busca desestabilizar su nuevo proyecto y atentar contra su propia vida. El relato expiatorio funciona como crítica y sátira del ismo, dentro del ya superestilizado y expandido estilo andersoniano, cargadísimo de sus habituales amigos/colaboradores/superestrellas hollywoodenses, aunque sea solo por unos minutos o secuencias: Michael Cera (soberbiamente divertidísimo), Scarlett Johansson, Bryan Cranston, Tom Hanks, Benedict Cumberbatch, Bill Murray, Willem Dafoe, Riz Ahmed…
La expiación paternal se plasma en el singular y arribista Zsa-Zsa, tras imponer a su hija el abandono de los votos monásticos para poder heredar el imperio y la fortuna mal habida del padre. Entre la esclavitud, el engaño y el embaucamiento de los socios, para asegurar la mínima inversión de capital que ocasiona una constante de gags conflictivos entre los miembros de la sociedad, aparece el recurso humorístico de la regla de tres: “—No, tú. No tú. No, tú”. La villanía del protagonista se contrapone a su naturaleza paternal y protectora, que busca salir de una maraña de engaños en beneficio propio y de los suyos, aunque externamente no se exprese debido a la dureza del arribista padre.
La expiación paternal se representa en un simbólico juicio constante en blanco y negro celestial, mediante pequeños insertos que siempre suceden durante las aparentes resurrecciones divinas de Zsa-Zsa en sus múltiples atentados y accidentes, los cuales han mellado su cráneo con fragmentos metálicos. Una expiación católica amorosa de la mano de la exmonja hija-heredera, que fuma en pipa y bebe cerveza sin afección etílica, afrontando peligros y vicisitudes con valentía y sin temor, pese a la forma lacónica de los modelos andersonianos. De esta manera, el personaje adquiere una fortaleza y sobriedad equiparables a los masculinos “fuertes” de la trama, constituyendo una puesta en escena sutil de un modelo femenino distinto y disruptivo, acorde con la época (1950), sin caer en discursos o monólogos subrayantes que incurran en la obviedad.
La historia de paternidad muestra, además, en soberbia puesta en escena, la ausencia de la madre (infiel), asesinada y repudiada/amada en constantes planos donde una parte de la mesa o del propio encuadre revela un espacio vacío. La maternidad ausente tiene un peso argumental que funciona a la vez como pista falsa o arenque rojo, sembrando la duda sobre la verdadera paternidad: el arribista Zsa-Zsa o el villanesco hermano y tío Nubar, quien se vale de todo tipo de instituciones para colapsar la estructura financiera y vital del hermano/rival, siendo el capitalismo su arma más poderosa.
La crítica del ismo plantea una peculiar sátira política, extremadamente mordaz, en un Anderson menos naif y claramente inclinado a un discurso feroz sobre la guerra y la producción de gases venenosos como fuente de enriquecimiento a costa de miles de vidas humanas (capitalismo armamentista). También arremete contra los guerrilleros satirizados, celebrando como salvajes con disparos arbitrarios y, al mismo tiempo, rezando fervorosamente frente a un altar (comunismo). Asimismo, se expone una crítica al ismo católico como institución acaparadora de riquezas descomunales a costa de la fe, que ha acumulado gran poder gracias a ello. Aquí se distingue con claridad la división entre fe y religión, en una curiosa postura teológica que apela al respeto de una deidad superior como redentora y purificadora del alma (catolicismo/cristianismo).
El barroquismo de Anderson se vuelve análogo al propio arte católico, creando rimas con la obra del italoamericano Scorsese: desde el inicio acompasado por un vals hasta el tema católico-redentor del padre arribista. Rimas que remiten también a la mímesis/homenaje de Liesl, evocando a Anna Karina en La monja (Rivette, 1966), así como la participación del director francés y homenajeado del FICUNAM14 Mathieu Amalric (habitual colaborador andersoniano) como Marseille Bob. Incluso aparecen gestos fordianos, como el de probar licor antes de extraer una bala, reminiscente del médico borrachín de La diligencia (Ford, 1939) o de Un tiro en la noche (Ford, 1962).
La crítica del ismo y la expiación paternal culminan tras la milagrosa redención del padre en su último y revelador accidente aéreo, seguida de la batalla final con el hermano/enemigo y la inmolación de este al evocar destellantes recuerdos familiares. Zsa-Zsa recibe la comunión de la madre superiora y comprende el verdadero camino de la salvación espiritual al depositar simbólicamente, en un inserto monocromático celestial, las cenizas del padre en compañía de la monja/hija. El filme concluye con una partida de cartas, a lo Viridiana (Buñuel, 1961), pero marcando la transformación: un voto de castidad en la simbólica gotera tras el abandono de toda riqueza arribista, en aras de una humilde y bienintencionada vida común como pequeños restauranteros.
Si bien el autor texano causa furor y revuelo con cada estreno, resulta una de esas personalidades que dividen audiencias, ya sea por el fervor fanático eufórico o por la repulsión hostil de quienes lo consideran “repetitivo y pretencioso”. Es innegable que, bajo el contexto contemporáneo del cine industrial —donde la figura del director se relega casi a la de un técnico más, y el peso creativo recae en productores con sus multiversos y franquicias megalómanas—, Anderson mantiene su jerarquía de gran autor, con presupuestos desbordantes y sin aparente restricción alguna. Fan o detractor, cada proyecto andersoniano propone una fresca visión contracultural dentro de la cultura mainstream, lo que siempre resulta en una provocadora invitación a ver su cine.
Redacción: Felipe Solares.